Quizás debía o era hora de recopilar todo aquello, o lo considerado o recordado o qué sé yo, de alguna forma.
La verdad es que no sabía muy bien cómo seguir o qué hacer.
Ni tan siquiera qué decir o qué poner o si poner o no poner.
De qué o para qué. Con que intención.
Las preguntas se amontonaban en el día tras día.
Y la repetitiva y cansina monstruosa cola de los males del hombre seguía serpenteando a sus anchas.
Tengan sus muertos diarios.
Seguían repitiendo.
Responsabilidad. Compromiso.
De nuevo asaltaban mi mente palabras como esas.
La verdad es que todo el día repiqueteaban dentro de mí sentimientos similares.
¿Qué vas a hacer?
Poco descanso tenía.
Allí estaban las puertas con sus grandes palabras.
En verdad allí estaban. Salidas de los arcos del triunfo.
De sus conceptos. De sus pesos y símbolos.
Allí las aldabas, las grandes aldabas de las puertas.
En verdad el mapa debía girarse. Existían suficientes razones para tener en cuenta el sentido de las energías electromagnéticas que circundaban el planeta y cómo su fluir debía estar representado sobre el mapa mundi pues era clave en todo lo que respecta a nuestro ser.
El sentido de esas energías y su fluir alrededor del planeta era un fiel reflejo del mismo exacto sentido del proceder de nuestro ser así como el proceder y sentido de la entera vida sobre la tierra.
Todo era entonces un fluir de energías con el mismo sentido.
Un comprender del vivir.
Era encontrar el sentido de la vida en su fluir.
Había sido llevado de alguna forma a deambular por el mundo como peonza siguiendo los templos y piedras dejadas por nuestros ancestros. Había creído en ellos y en su razón verdadera alguna de ser. Mensaje llevado y dejado por los confines de la tierra. Piedras con mensajes. Piedras de un universo de piedras. Cuadradas y redondas. Un universo de luces y sombras.
Y allí todas esas enormes piedras dejadas por nuestros antepasados. Por todas partes. Señalizantes. Con sus mensajes dentro.
Seguí el concepto pángea sobre la formación del planeta y me dio pie a obtener ciertas conclusiones sobre el tamaño de las cosas. De los árboles. Del único mar. De la única tierra emergida. De, el todo tamaño y sentido de todo ello.
De la energía primigenia. Del hacer en el crear y surgir y brotar y llenar de vida desde dentro. Del tamaño de todo ello.
De la fuerza y el vigor del tamaño de la vida. En sus gigantescos árboles, en sus gigantescos animales. De igualmente el gran hombre que hizo las grandes piedras. El que les dio forma.
Pirámides gigantescas hechas por gigantescos hombres. Que desaparecieron. Y se empequeñecieron y disgregaron por la faz de la tierra. Hijos de aquellos primeros gigantes de aquel primer gigante en la gran pángea. Primer varón y primera varona.
Todo cobraba entonces un sentido real.
En todo este surgir de ondas.
Así pues la existencia de esa pángea enorme dio vida a seres de características enormes, los cuales se vieron divididos por sucesivos movimientos de toda la vida sobre la tierra, haciendo que fueran disminuyendo en tamaño y aumentando en número dando lugar así a la extensa variedad de vida que existe en la actualidad. Los humanos en todo este proceso tienen la alta responsabilidad de dominar y someter al mundo a su criterio en base a las razones o motivos del porqué y razón de ser de la vida.
Hete aquí que el sentido tenga una gran razón de ser en todo esto.
El sentido era determinante.
Mensajes dejados entonces en esas grandes tumbas tomaban un sentido real y explicativo de todo. Allí lo palpable.
Todo estaba girado y andábamos sin cabeza. Habiendo perdido el sentido de la vida.
Allí decía, ustedes han perdido y cambiado el sentido de la vida y viven entre muerte y sangre.
Habíamos hecho normal el vivir con armas y el hablar y ver muerte. Convivíamos con el concepto y la idea sin ningún tipo de pudor. Era normal que la gente poseyera instrumentos creados para matar a otras personas. Para poderse matar los unos a los otros. Era normal ver armas en los brazos de la gente y conocer sus estragos sobre el ser humano. Sobre sus vecinos. Sobre cualquiera que se pusiera a tiro. Armas por todas partes hechas para matar a personas.
Habíamos hecho normal el vivir con armas y el hablar y ver muerte. Convivíamos con el concepto y la idea sin ningún tipo de pudor. Era normal que la gente poseyera instrumentos creados para matar a otras personas. Para poderse matar los unos a los otros. Era normal ver armas en los brazos de la gente y conocer sus estragos sobre el ser humano. Sobre sus vecinos. Sobre cualquiera que se pusiera a tiro. Armas por todas partes hechas para matar a personas.
Las armas no tienen ninguna otra utilidad sino que matar a personas. Esa era su razón de ser.
Imaginen un mundo repleto de armas fabricadas, hechas, creadas con la intención de matar a personas. A usted o a mí. Ese era nuestro mundo.
Habíamos convertido la muerte en cotidiana y el amor en pecado.
Fíjense ustedes qué quid.
No me cansaba de intentar hacer ver aquella anomalía de nuestras vidas.
¿Acaso semejante evidencia sobre nuestro rumbo perdido en el por qué y razón de ser de la vida no era real?
Aquello era real. Aquello era completamente real.
Vivíamos en un planeta engañados a nuestra propia razón de ser. Esa era la realidad.
Nos habíamos convertido en hienas insaciables de carroña. En buitres sobre cualquier cadáver que se dispusiera al efecto.
Pero la verdad era que había un motivo y una razón de ser de las cosas. Que era verdadero. Que allí estaba escrito y allí habían dejado testimonio de ello.
Del gigante y sus gigantes muertos. De sus tumbas y su historia. De nuestra historia. Verdadera. Claro que era verdadera.
Costaba creerlo pero así era. Todo cobraba sentido.
Nadie podía culparte por tu nueva incredulidad.
La cuenta era larguísima. La sucesión de errores era mayúscula. El sumando de despropósitos parecía insondable.
Miles de años batallando con el rumbo perdido.
Colgaron al Cristo. Al que les quería hablar del amor.
Mataron a todo ser nacido. Mataron a quien les dio la gana, cuando les dio la gana. Mataron a sus propios hijos. Los matamos. A nuestros padres e hijos y hermanos.
Sólo hacemos que matar.
Gobernando sobre el mundo en la muerte.
Así es el hombre.
Y todos nosotros en la aceptación y complacencia más nefasta.
- ¡Ah! No se puede hacer nada.
- ¡Ah! El mundo es así.
- ¡Ah! Tú no puedes cambiar eso.
Esas eran las contestaciones de siempre. Repetidas hasta la saciedad para regodeo de la complacencia en el admitir y ser cómplice de ese modo de vida.
Problemas de trabajo, problemas económicos, problemas sociales, problemas sexuales, problemas en las relaciones, problemas educativos, problemas con las enormes desigualdades, problemas con la violencia, con el odio, con la venganza, con la ira, contra la desigualdad, a favor del dinero, problemas con las clases políticas, problemas con las religiones, problemas con los poseedores del dinero, problemas entre los distintos líderes de las distintas zonas del mundo. Problemas con todo.
La felicidad humana se restringía a breves momentos en la vida. Momentos contados en las vidas de las personas eran dignos de ser mencionados como momentos de plena felicidad. Otras leves pequeñas alegrías salpicaban nuestras vidas. Pero el resto, el resto era un nadar continuo contra la corriente de una conciencia individual y colectiva en conflicto permanente.
Conciencia en conflicto permanente debido al inevitable percibir, es decir, al sentir que las cosas no estaban bien.
¿La fórmula? No había fórmula. La fórmula era la voluntad.
La voluntad de querer hacer las cosas.
De querer hacerlo bien.
Cada uno tenía un papel y una posición en este mundo, por algo. Cada uno estaba donde estaba por algo. Cada uno tenía sus responsabilidades particulares como ser humano en este planeta. Cada uno estaba sobre su mundo y cada uno tenía su parcela de poder en ese mundo. Cada uno tenía su propia palabra. Su propia ubicuidad, su espacio. Cada uno era dueño del espacio que correspondía a su propio cuerpo ocupando su propio espacio con una conciencia que le impulsaba. Cada uno era dueño de su propia conciencia. De su propia voluntad sobre su planeta. Sobre el planeta en el que cada uno estaba en la cima.
Todos. Todos estábamos en la cima del mismo planeta. No importaba el tamaño, el sexo, el color de nada. Todas esas conciencias individuales, las nuestras, la de cada uno, estaban situadas en la misma posición con respecto al planeta y al mundo que nos rodeaba.
En la cima.
Cada uno de nosotros, en su propia individualidad era dueño de su propia parcela de cambio.
¿Qué iba a hacer el hombre ahora sabiéndolo?
Sabiendo que había que cambiar cosas clave en lo que respecta a nuestra percepción del mundo que nos rodea. ¿Qué iba a hacer el hombre ahora? ¿Cuanto tiempo podía negar o esconder el ser humano si así lo pretendía todo ese necesario poner las cosas en su sitio?
Acceder a la verdad.
¿Cuánto tiempo iba a seguir engañándose a sí mismo?
El hombre se comunicaba por conceptos. Si los conceptos no se corresponden con la realidad, la comunicación es improductiva, innecesaria, falsa, banal.
Así pues la necesidad de correspondencia entre conceptos y realidad era inevitablemente obligatoria.
El hecho de hacer corresponder la imagen que nosotros tenemos del planeta con la realidad era un concepto que debía ser considerado y representado teniendo en cuenta nuestra percepción de lo real.
Ese hecho no hacía más que colocar la primera piedra de una serie de evidencias que comenzaban a encajar en la comprensión del real sentido de la vida.
Todo venía de un surgir y ser.
Nosotros formábamos parte de ese surgir y ser.
Nosotros en nuestra humildad infinitesimal humana.
En esa humildad de no creernos nada. De creernos un invalioso nada en el universo y creernos un completo rey de nuestra propia voluntad y cuerpo.
Capaces de vernos como la nada y el todo.
Efímeros o testigos del infinito en el presente de nuestro propio sentir.
Efímeros o testigos y partícipes del inconmensurable concepto de la vida.
Efímeros o responsables de nuestra propia e insondable parcela de realidad.
Efímeros o sintiéndose parte viva de este todo.
A todo eso jugaba el hombre en su vida.
En esas dualidades cabalgaba el hombre en su vida.
En cuanto se acercaba demasiado a la trascendencia y sus cabellos comenzaban a erizarse por el pánico del vértigo de la velocidad de la luz, el hombre retrocedía su efímero concepto de la vida humana en un universo de proporciones inimaginables para así poder descansar en la sinrazón del vivir en la ignorancia o impotencia fluyente.
Así pasaba el tiempo.
O las cosas.
En eso se movía la vida.
Proliferaban ideas como ser una parte tan efímera y banal del universo que nuestra propia intrascendencia temporal fuese la excusa perfecta para todo acto de impunidades sociales.
Había gente complacida en la idea. Engañada en el verdadero resultado de tal idea en nuestra sociedad.
Si nosotros somos una parte intrascendente del universo, todo lo que hagamos es intrascendente. Ergo la conciencia, nuestra conciencia es intrascendente.
Era la perfecta carta blanca para jugar la baza necesaria para conseguir cualesquiera propósitos en la vida. Desde el vivir a cuerpo de rey a costa de lo que sea como el hacerse poseedor de la benevolencia necesaria para satisfacer las necesidades del mundo.
Los que más tenían pedían más y los que nada tenían pedían algo.
Habían conseguido que el ser humano viviese de espaldas a las necesidades ajenas basándose en la falsa conciencia de lo efímero.
Lo efímero era irreal.
Sólo tenías que mirar lo creado.
No existía el concepto efímero en lo que respecta al ser humano.
Él mismo era el más alto exponente de lo creado.
Como concepto mismo.
Como ente perceptor de la realidad.
Como ser sensitivo de lo circundante.
El ser humano no era efímero era atemporal.
El ser humano se proyectaba más allá de su existencia.
Trascendía.
El ser humano era el más alto exponente universal concebido y así le hacía gala su propia historia. Sus por qués.
Sus eternas verdades dejadas en piedras sobre la faz de la tierra.
En piedras, en libros, en cuentos. En sus historias.
En su muy particular historia.
El ser humano vivía su eterna dualidad.
Dentro de una gota de agua.
Allí vivía.
Un ser tangible, moldeable, evaporable, condensable y precipitable sobre la tangibilidad de nuevo.
Un ser que subía a los cielos o bajaba a las profundidades de sus avernos.
Entre la luz y la sombra.
Un ser rítmico.
Un ser sujeto a los vaivenes de las energías fluyentes del planeta. Un ser sujeto a las energias de su propio ser.
De su respirar, de su latir, de su dormir y vivir.
De su amar y de su ser.
Ritmos del ser en una gota de agua en tres estados. En dos y en un balance. En dos y un nexo.
Así era la razón del ser humano en su ser y en su fluir.
Un dar y un tomar en el ser.
Eso era.
Pero el balance en el ser estaba trastocado e invertido.
El verdadero sentido estaba camuflado en la simple colocación de un concepto, nuestro planeta, en su verdadera posición como reflejo de la realidad en la que existimos.
La efímera temporalidad de nuestro ser, de nuestra conciencia, era en realidad la constatación de la no consecución de los verdaderos objetivos del por qué de la vida.
Así pues parecía éticamente necesario el colocar los datos obtenidos hasta el momento, en la mejor y más veraz correlatividad con lo que esos mismos datos pretendían representar.
La veracidad de lo comunicado.
La veracidad de lo comunicado era éticamente necesaria en base a la simple responsabilidad.
El hecho de que imágenes grabadas en piedra en edificios de proporciones y características con una muy difícil explicación en lo que respecta a su formación y montaje, y que estas imágenes representaran precisamente la existencia de seres de tamaño mayor no hacían más que constatar y certificar la veracidad del hecho y la posibilidad real de que todo eso hubiera sido así.
Si como aquellas imágenes explicaban, el primer o primeros seres humanos hubieran tenido el tamaño de las proporciones mostradas, entonces aquellos edificios de tamaños colosales podrían tener una explicación veraz en su razón de ser.
Aquella gigantesca pirámide era factible en su modelaje y construcción si admitíamos la veracidad de lo explicado y grabado, siendo que seres humanos, los primeros, de mayor tamaño hubieran construido aquel gigantesco monumento como culmen humano en su razón de ser.
Aquellas gigantescas piedras parecía que indicaban un lugar de vida y muerte. Parecía que indicaban un punto en el espacio. Parecía que indicaban un motivo o razón de ser.
Un ángulo, una esquina, un punto, una cruz, un cruce, una cruz alzada, en un universo de gotas y soles y planetas y arco iris redondos.
La pángea se desmenuzó y los hijos de los gigantes se expandieron por el mundo con los recuerdos de aquella familia de gigantes a sus espaldas. Y los hijos de los hijos de los hijos de aquellos, fueron plantando piedras por el mundo, en los cruces y en los puntos alzados de toda la faz de la tierra. Se esparcieron con el arrastrar de las primeras ideas, más las segundas, más las terceras.
Y allí dejaron testimonio de ello por todas partes. Cada uno a su manera. Cada tribu. Cada parte de la familia.
Y los mares y las tierras se juntaron y se abrieron y cerraron cuantas veces fue necesario en todos estos vaivenes y moveres de la vida.
Siempre siguiendo el sentido de ésta. De la vida digo.
El sentido de la vida.
Del amar y reproducirse. Y seguir y buscar. El ser humano.
Si a la correcta colocación del mapa mundi según el sentido y dirección de las energías electromagnéticas que producía esa misma tierra, se sumaba el hecho de tener en cuenta la veracidad de aquellos grabados sobre la más inexplicable construcción humana en el mundo, de nuestra historia, la historia de la humanidad y de la evolución, todo cobraba entonces un sentido real en el impulso, sentido y dirección de la creación de vida sobre el planeta.
Otro hecho más se sumaba a estos dos.
El tamaño y proporción visual del sol junto con el tamaño y proporción visual de nuestro satélite, la luna. La dualidad de ambos dos. Su similitud proporcional así como sus distintas fases y coincidencias espaciales creaban singularidades energéticas que se correspondían con ciertos patrones relacionados con la vida en general y con nuestro aspecto, el aspecto de la vida en general.
Las imágenes del sol, con su emanar continuo de energía y luz, se correspondía con el iris humano. El productor de luz y el receptor de luz eran coincidentes en su configuración y su dualidad y las distintas posibilidades y concepciones de su particular funcionamiento se correspondían así mismo con el reflejo de la luz sobre la luna.
Así la luz en sí creaba un vínculo de unión haciendo que ambos objetos, sol y ojo, emisor y receptor, emisores y receptores, tuvieran una similitud remarcable.
Los astros, las cosas a nuestro alrededor, todas las cosas, y la forma en como estas cosas actúan tienen una evidente y clara relación con el por qué y razón de ser de todo nuestro ser.
De igual modo que las fuerzas físicas que dominaban nuestro universo eran responsables de cómo los astros y todo lo creado se comportaba, también eran responsables de cómo la vida se había configurado, de cómo la vida había adaptado sus formas al fluir y ser de esas mismas fuerzas.
Podíamos ir concretando los principales rasgos de las conclusiones, necesidades o evidencias que se iban obteniendo sobre el sentir del entorno en la vida.
- La correcta colocación del mapa mundi en base al sentido direccional de las fuerzas que se generan en el planeta ahora que se tenía constancia de ellas.
- Admitir la veracidad de que los mensajes dejados por nuestros ancestros, nuestras lejanas familias, no tenían otra intención mas que la de arrojar luz y la correcta y más comprometida intención de dejar constancia de lo sucedido en nuestra historia, siendo concebible el hecho de la existencia de primeros seres humanos de mayor tamaño al nuestro.
- La evidente y razonable similaridad entre los grandes y cercanos astros, sus efectos, y nuestros órganos corporales destinados a su percepción. Sol, Luna, ojos.
El hecho de que nuestra vida está sujeta a un elemento que percibimos con características muy singulares. El agua. Las fases de su ciclo y el hecho del ciclo. El hecho de que el agua sea la base de todo nuestro inmediato y necesario entorno y de que en este ciclo y entorno vivamos. El hecho de que la concepción del ciclo se corresponda así mismo con la idea y concepto que de la base estructural de la materia se tiene, es decir, la estructura básica de la materia en su concepto electromagnético tenía características similares con el ciclo que nuestro entorno inmediato efectuaba. Así, estados energéticos de la materia base y su comportamiento cíclico, tenían relación con el estado de la principal base de nuestro entorno. Agua, vapor y hielo o protón, neutrón y electrón eran estados cíclicos repetidos en escalas dimensionadas. Los tres estados del agua, lo que permitía la vida, se correspondían con los tres estados energéticos de la propia y misma materia base con lo que eso, el agua, estaba creada. El balance y equilibrio se trasladaba dimensionalmente desde conceptos básicos hasta conceptos más complejos. Ya había indicado anteriormente la posibilidad de que los conceptos energéticos, así como los entendemos nosotros, positivo, negativo y neutro, no sean más que conceptos en los que la energía y por ende el apercibimiento de aparente materia, se traslade de forma cíclica entre los diferentes conceptos que percibimos. Así la unión electromagnética del átomo es en realidad un fluir entre estados energéticos dando la singularidad y efecto de ser percibido como materia por nuestro ser, por nuestra capacidad sensitiva.
Verbo y carne, y energía y materia, se fundían en la similaridad de sus identitarios y particulares conceptos.
Nuestra capacidad sensitiva transforma el ciclo energético en concepto materio-espacio-temporal, siendo que las similaridades con este ciclo se repitan en multitud de ámbitos en la vida, por no decir en todos.
El hecho de que la vida en sí sea un ciclo sólo hace que sustentar esta idea.
Las conclusiones sobre distintas veracidades en las evidencias se sucedían en su concatenada comprensión.
Era igualmente difícil trasladar el apercibimiento de esas evidencias, de la idea y el concepto, a palabras en el tiempo.
Era entonces cuando el sentido direccional en la colocación del mapa en nuestras conciencias tomaba una mayor relevancia, pues aumentaba la necesidad de percibir el entorno de la forma más veraz posible.
Siendo que el conocimiento direccional del sentido de las energías que nuestro planeta emanaba desde su aparente interior debía corresponderse con lo que representaba, y que esta representación según nuestro modo de ver, de sentir o percibir la vida debía ser veraz y que además se correspondía con el concepto cíclico que dominaban todos los conceptos de la vida, la necesidad de establecer relación entre todo ello comenzaba a ser imperativa.
El agua, la vida, las energías del planeta, la materia base energética, todo, tenía una similaridad más que constatable. Todo eran secuencias cíclicas energéticas que formaban materia y vida.
Si uníamos el concepto cíclico de todo eso y lo intentábamos representar en lo que entendemos como vida y a aquello a lo que nuestros antepasados dejaron como huella en sus esfuerzos, obteníamos una muy clarificadora explicación del cómo de la vida. Si uníamos todo eso, si representábamos los ciclos que la vida genera haciendo que se genere un ciclo en una esfera imaginaria con características acuosas similares al de nuestro entorno, dábamos con unas pequeñas y sorprendentes claves.
El fluir de las energías representadas cíclicamente teniendo en cuenta las fuerzas que las impulsan en una imaginaria esfera acuosa, daba explicación de forma simple y veraz a nuestra forma de ser, a nuestro aspecto, a nuestra relación con el entorno, a nuestra comprensión humana como ser apercibidor de lo que la vida ha hecho para crearnos. Daba explicación a la comprensión y entendimiento de ser parte esencial y muy particular del todo ciclo de la vida y de la materia o energía en sí misma.
Daba explicación al concepto semejanza. Al concepto reflejo. Al concepto unidad.
Si hacíamos crecer el concepto semilla dentro de una imaginaria esfera, si representábamos el concepto crecimiento de una semilla dentro de una imaginaria esfera que permitiese la formación de un ciclo energético para representar sus distintas etapas de crecimiento, obteníamos la imagen de la concatenación repetitiva de esas energías dando como resultado que el sumando de conceptos del hecho de tales energías fuera, es, el reflejo de lo que ellas han hecho en el tiempo creando vida. La imagen y el concepto del sumando de esas energías era el reflejo de la imagen y concepto de nuestro propio cráneo.
La aparición de la imagen en el sumando energético de tales energías producía una sorprendente y única reacción en cada ser que la percibía, veía o comprendía.
Sentir que el sumando de simples y sencillas energías ha dado lugar a nuestro ser y que éste no es nada más y nada menos que el producto del sumando y concepto de tales energías, producía una especie de necesaria y paradójica catarsis.
El sentido de la vida se hacia constatable.
El sumando de las veracidades se atornasolaba por momentos.
El resultado del doblar y crear el arco en una esfera.
El recto torcido.
El arpa visual.
Todo se sumaba entonces. Todo sumaba. Todo crecía. Todo fluía y era.
Todo era y todo sentía y todo llevaba. Todo era verdad en la verdad de su fluir y ser.
Todo era real en la veracidad de lo constatable.
Todas las barreras caían.
Muchos de los antiguos conceptos se anulaban.
Todo recobraba un sentido de ser. Una razón veraz y palpable de ser.
Un ir y fluir por alguna razón de ser.
Esa era la clave. El apercibimiento de la existencia de la veracidad de un motivo para ser.
La razón del ser y la responsabilidad humana sobre ello.
El impulso creativo y el motivo. La razón del ser.
La necesidad del fluir.
El apercibimiento de ello.
La necesidad del entender y comprender y encajar y sentir la veracidad del entero fluir.
El sumando de todo ello.
El tremendo sumando.
El tremendo sumando del sentir al ser.
Del sentir al ser.
Del parecer al ser.
El tremendo sumando de conceptos para dar como resultado a todo ello semejante presente real.
Luz. Luz, de luces. Luz con sombras de luces. Sombra de luz en la luz que produce conceptos.
Conceptos reales sobre la luz con sombras de luz. Luz en la luz sobre la luz.
Luz materializándose en imagen y en concepto a semejanza de las evidencias.
Inexplicable y simple veracidad de lo real.
¿Cuáles eran las evidencias?
¿Qué evidencias?
El agua, su necesario fluir, el necesario y natural fluir de la vida traía de nuevo piezas para la consecución del entendimiento de la vida, de las evidencias. De su motivo y razón de ser. El agua y su de nuevo verificable concepción sólida, producía estructuras de características hexagonales con un centro y extremos que asemejaban a la disposición y crecimiento floral de nuestro entorno. La única ubicuidad de cada molécula de agua hacia posible la inapercibible variedad de resultados diferentes que se pueden producir. Cada molécula formaba una imagen al solidificarse, semejante pero diferente a las demás, debido necesariamente a su particular y única ubicuidad, la de cada una de ellas. El resultado de los sumandos de la interacción con el entorno era el responsable aparente de la posibilidad de que cada molécula en sí fuera única e igual aún diferente en sus posibilidades.
Todas eran semejantes. Todas eran diferentes. Todas eran iguales. Todas eran únicas.
Todas ellas eran partes cíclicas de la materia de nuestro entorno. De nuestro necesario ser. De nuestra forma de ser.
Su variabilidad se hacia palpable y semejante en cada uno de sus estados cíclicos.
Así la vida.
Todo era igual y diferente.
Todo era ambas cosas y su unión al mismo tiempo.
La comprensión de las formas en la variedad de sus extremos y posibilidades hacía veraz el entendimiento del diferente crecer y formar en la variedad de la entera vida. La concatenación de sumandos creativos diferentes ampliaba la grandiosidad de la percepción.
El semejante fluir de energías y conceptos apelmazaba el resultado de las evidencias haciendo que todo tuviera una consistencia real.
Entonces el sumando de todos muchos otros conocimientos acompasaban, verificaban y constataban la veracidad de todo ello.
El encaje lumínico-temporal de ello.
El fluir de la vida en su brotar era entonces verificable en su simplicidad.
La repetición secuencial de tales ciclos formaba en su sumando el tangible presente.
La gigantesca rueda seguía girando.
Girando en el haciendo.
En el creando.
El universo entero creció hasta llegar a hacernos.
El universo ha crecido hasta este exacto presente.
Y ahora pace ahí como petrificado ante nuestra presencia.
Todo parece casi detenido ante nuestra presencia.
Ahí se muestra la foto, el instante del universo detenido para cada uno de nosotros.
La gran cola del gran ojo.
Y el rectilíneo presente.
El momento. El instante.
La particularidad individual del cada uno.
Su pasado y su presente.
Sus dos piernas.
Lo que le trajo ahí y lo que le sustenta.
Ahí el ojo con el futuro en mente.
Toda la historia, todo el presente, todo ojo bajo la mente.
Mensajes del pasado al futuro en el presente.
Caminos y señales y surcos.
Las cosas hechas por nuestros antepasados tenían entonces sentido en el presente.
En el camino de luz.
En los pasos de los hombres sobre la tierra.
En sus huellas.
En el ojo que ve.
¿Cuál era entonces el por qué de todo eso?
¿Cual qué cosa merece tal que como todo lo creado?
¿Qué era tan importante en todo este arrastrar del sentido de la vida?
Su empecinado y necesario sentido.
Precisamente el sentido de todo ello parecía la necesaria respuesta.
El sentido transcurría de forma impertérrita en su avance.
Necesariamente en este estado de conciencia, el conocimiento de este fluir inevitable y a la vez necesario, establecía un concepto irrebasable en las actuales circunstancias.
La vida fluía necesariamente por la luz, desde la luz y hacia la luz.
Parecía que la propia materia del universo se auto dotaba de conciencia para ser testigo o artífice de algo en su extrema inmensidad.
Un algo capaz de ser hecho por el ser humano.
La materia y la conciencia.
La conciencia de la materia.
La conciencia de la materia que da sustento a la conciencia.
La materia universal tenía conciencia.
Su conciencia era testigo del presente y de la historia en esta especie de pausa temporal.
El proyecto, la idea, detenida en el instante de nuestras particulares vidas.
La entera creación, el Universo entero expectante a nuestros ojos.
En el camino de luz.
La delicadeza de la materia ha sido necesaria para este momento.
La delicadeza de su energía, su concepto, su idea, su espíritu, formando materia que en el presente es testigo y parte creativa de su entero concepto.
El hecho hecho realidad.
La idea transmutada.
La palabra hecha carne.
Sobre la luz.
Todo era verdad. Claro que era verdad.
Sólo se debían encajar correctamente las piezas temporales.
Los conceptos a los momentos.
Las ideas en el tiempo.
Las ideas vivían de igual forma que cualquier otra realidad.
Las ideas movían toda circunstancia relativa a nuestras vidas.
Así como la de nuestras tripas.
La dualidad humana.
La dualidad energética.
La dualidad lumínica.
Todo era un avanzar cual impulso de calamar
Cual medusa.
Pero un siempre avanzar.
Creando.
La idea, el espíritu de la idea, creando su propio sustento.
Y toda materia y energía creando el necesario fluir para que en lo inodoro, trasparente e insípido, lo azul en su inmensidad, lo azul en su global, lo azul y trasparente e inodoro e insípido para nosotros, para la vida, en este momento, en este punto azul del universo, lo efímero vea el todo. Lo no efímero, la materia, el polvo, la idea, el concepto, la vida de la materia, el sentir de la materia vea y sea testigo y sea partícipe en su parcela, en la propia cima de su ser de semejante reto.
Reto en el participar en el correcto sentido de todo ello.
La vida te da la oportunidad para ello.
Para sentir que eres testigo del corresponder en el todo fluir del verdadero sentido de la vida.
Del crear, ayudar, hacer, crecer, repetir hasta el hacer bien.
Repetir hasta el repetir del repetir.
Inherente repetir de la vida.
Y repetir y repetir y repetir hasta ser.
En el placer.
El ser en el placer.
El amor del ser.
Otra vez, otra vez.
En todo este repetir y repetir y repetir, se había formado la circunstancia del propio repetirse en si mismo, la vida. Al igual que en el universo las esferas, los astros, las moléculas, se dividían o entendían o percibían, se repetían por doquier en sus particulares circunstancias, así la vida también hacía. Y en la azul esfera de propiedades muy singulares se repetía de igual modo la variedad en la repetición por sí misma. La semilla de la vida sembrada por doquier así como las estrellas y planetas, y sus diferentes variedades. Así, como en el proceder de las mínimas partículas de materia, o energía.
Las ideas formando materia en su concepto existencial.
Las diminutas partículas se movían y cambiaban y se asociaban unas con otras, se enlazaban y desenlazaban, cooperaban en el todo crecer de la armonía. Establecían apropiados nexos para que en su sumando y variedad, en la igualdad y variedad de su ser, se pudiesen generar estructuras adecuadas, guiadas, inducidas, arrastradas en la imitación de patrones primigenios e innatos a la materia, energía y concepto para crear vida y conciencia.
Conciencia de la propia materia.
El concepto hecho conciencia.
La veracidad del concepto idea, espíritu creador, concepto primigenio del repetir y crear y unir y enlazar y seguir creando en el haciendo.
De la fuerza del ser de ese fluir.
De la evidente e inabarcable fuerza del sentir creativo.
Del inabarcable tamaño del Dar.
El tamaño del Dar era tan ... adaptablemente inabarcable en su realidad dimensional que permitía su sucesiva aparente y semejante imitación en la delicadeza de su ser dentro de esta gota de agua, hasta llegar a formar conciencia creativa.
El necesario ejemplo de los patrones y sentido de todo ello, indicaba el motivo o solución.
El ser humano tomaba conciencia sobre la luz.
En el camino de luz.
Si tomaban sus aparatos rectilíneos de luz y miraban por ellos, en sus traseras, en sus entrañas, en la misma luz que emitían, allí decía: "La manzana ha sido mordida".
La manzana ha sido mordida decía por todas partes.
Y el ser humano seguía en sus perdidos caminos.
El ser humano seguía en el incorrecto sentido de la vida.
No unía, no enlazaba, no ayudaba, no mezclaba, juntaba, añadía, creaba lo realmente necesario.
El ser humano seguía engañado.
Sin embargo...
Ahí estaba el fruto del retocerse de una gota de agua para ser a imagen y semajanza.
Una gota de agua en el espacio.
Con vida en su interior.
Ahí estaba la semilla el árbol y su fruto.
La realidad surgida de su concepto.
La delicadeza de la vida.
Mientras tanto, en...