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domingo, 20 de julio de 2014

Tengan sus muertos diarios.



¡Nosotros nos protegemos! ¡Con nuestras armas nos protegemos!
Nuestras armas nos protegen de la invasión de otros países y otras gentes vecinas.
Con nuestros gobiernos.
¡Tengan sus muertos diarios!
¡Si necesitan más, pueden darnos más!¡Por eso no hay problema!¡Más muertos diarios!
¡Con las armas que nos protegen!
¡Con esas!
En Israel, en Libia, en Siria, en México, en Egipto, en Estados Unidos, en cualquier sitio, en las manos de un niño con una pistola de un padre que la tenía para defenderse. ¡Da igual!, ¡Donde sea!
Tengan sus muertos diarios.
¡Tenemos que hacer más armas, para protegernos!
¡Debemos fabricar más armas para protegernos todos!
¡Y chalecos antibalas!¡Muchos chalecos antibalas! ¡Y mochilas antibalas para nuestros niños!
Armas y mochilas antibalas. ¡Como un pack!
Así, muy bien. ¡Que buena idea!
¡Tengan sus muertos diarios!
Del cielo caen los muertos. Las armas nos protegen. Las armas causan muertos.
Y si no, pues por el balcón.
¡Tengan, sus muertos diarios!



Así, en el día a día.



Y hay que correr para salvarlos a todos.
Todos ciegos.

miércoles, 16 de julio de 2014

Boceto hombre 01. Un inesperado invitado en la fiesta final. ( Bloque 17 y último)



Seguí.
¿Qué iba a hacer con aquello?
¿Lo dejaba? ¿Tal que así?
¿Después de tanto caminar?
Pasaron momentos y movimientos. 
Y que en todo aquel caminar me levanté y tomé fruta.
Y la fruta inundó mi boca con éxtasis de sabor y dulzura, en aquel pensando.
Y que todo cambió porque todo cambia.
Y que como la fruta entraba en mi ser con aquél frescor y dulzor que mis lágrimas brotaron de nuevo como por arte de magia en aquel pensar.
Tal la fruta y todo su sabor bajando por mi gaznate al levantarme del desierto y alzarme y caminar y comer.
Aquel hombre en todo su caminar por el tiempo.
Que la fruta cual lágrima cayó por mi garganta y mi gaznate.
Y tornose como granate y rosa y rojo sangre.
Ya. Después de todos estos días.
Todo aquello había quedado en las espaldas del hombre.
En su andar por el tiempo.

Dados los hechos decidí seguir, como decía.
Seguí dibujando.
Poco.
Realcé toda la luz de aquel ser.
La lengua de su ser.
Aquel era el brillo en su brillar.
Pinté mejor la real esencia de su semilla.
Igualando tonos con resultados. Realcé el arco que formaba lo que parecía un alargado corazón.
Insistí en la sombra de su rodilla para indicar que su pierna estaba como alzada o en movimiento. (O que una era más larga o más alta que otra 09-08-2014).
La semilla pendía bajo todas las ondas por debajo de la cola.
Mostrando la planta y el árbol. Su tronco.
Tantas veces lo había pensado.
Lo curioso de aquel hacer con las señales de la gota sobre la semilla y las fuerzas de los distintos sexos del hombre era que en todo aquello, la columna del hombre, su raspa de pescado, su tronco y su insecto en el pecho, su historia hablaba de una semilla que estaba por debajo de todo eso. Como primero.
En todo el andar. Y que cuando el amor surgía, cuando la atracción se producía, entonces la semilla  cobraba sentido y vida superando la altura de la espina.
Y creaba.


Y remarqué más todo aquello.


Pero en estas que en la osadía de mi hacer y en el ir y venir y poder sentir cosas se sumaron a las primeras y segundas y a la esencia de todo aquello, día tras día, entre las alas del viento todavía más cosas y más hechos y más deseos y preguntas y decisiones y voluntades.
Sigue, sigue, que las lágrimas siempre caen.
Y suben.

Sigue.
Aquellas dos pinceladas como gotas bajo el sol y la luna del tiempo.
Aquellos eran también sus propios sudores en los andares del tiempo.
Sudores que salían de todo su ser en este andar por la vida.
Sudores que salían por sus ojos, por sus sobacos, por su sexo.
Sudores que recorrían todo su cuerpo.
Ondas entrantes, ondas salientes, ondas cambiantes.
Todo aquel amarillo y naranja y rojo y azul y verde entrando y saliendo por todas partes.
En la gota de agua.
Espejo de la luz en una gota de agua.
...

Allí decidí en algún momento  colocar en el sitio de la semilla, color y forma y como dos ojos o significando que se formaban allí dos círculos. En donde quedaron en la espalda como dos bollos. Como dos ojos.
Pasado, presente y futuro.
En la historia.
Y aquellos como dos ojos, con la semilla dentro estaba regulado por el amor, y el sexo, y el placer y el gusto del momento.
...

El conejo seguía allí. Me gustaba aquel conejo.
Siempre mirando. Muy atento.
De sus lucientes ojos siempre lloraban lágrimas.
Unas eran claras y otras como muy profundas u oscuras.
De sus lágrimas en las luces del pecho pendían frutos y mares. 
Mares de frutos.
Algunos enormes, como surgidos y hechos por amor.
El conejo con su roja nariz estaba allí como escondido detrás del árbol o formando parte de él.
Todo atento, con esos dos dientes claros...

¡...Y apareció la serpiente!
Allí, en los arcos del amor, apareció la serpiente.


El conejo se puso a llorar a mares.
Mares de lágrimas caían de sus soles. De sus soles del pecho.
¡Calla cobra!
¡No salgas!
¡No vuelvas!
¡No aparezcas aquí!
¡Donde el amor!
...
Pero allí estaba la serpiente.
Y no una serpiente cualquiera.
¡Si no la cobra de cabeza que se hincha!
Y el conejo lloraba desconsolado.
Así el hombre sudando por sus brazos.
Por todos sus brazos el hombre sudaba lágrimas azules saliendo de los soles de su pecho.
¡Pobre hombre!
En su caminar de nuevo se ha tropezado con la reina de las serpientes.
Con la cobra y sus ojos en el viento.
Trepando por el árbol.
En su amor y su sexo.
...

La mano seguía allí en el hombro.
Gracias mano, gracias hombro.
Cerca del oído con el fruto dentro.
Aquello en algún momento también se había transformado.
Como que un caballo allí apareciose también.
Con todo su cuello arqueado.
Y el huevo.
El huevo con la semilla dentro.
El que dió la forma al cuenco y al caldero.
Que como que un ave apareció allí.
Cual ave del paraíso.
Entre todos esos frutos del amor.
Y del hacer.
...
¿Como puede ser?
¡Otra vez la serpiente!
...

Me levanté y me fuí a tomar la fruta y llorar.
Lágrimas y reflejo.
Lágrimas en el haciendo.
Que surgieron...

¿Pero que haces?
¡Ven aquí cobarde!
¡Come-fruta! 
¡Ven aquí!

Allí parecía que me decía en la distancia la inesperada serpiente.
Y yo, ¡Calla o vuelvo y te convierto!
Allí comiendo fruta.
Por el casual del momento.
¿Por el casual del momento?
Tragándome aquella fruta, lágrima, sapo, serpiente.
Todo esto bajo la atenta mirada del conejo.
Del caballo, del ave del paraíso y del viento. 
El árbol allí paciente.
Con el insecto en el recuerdo.
Atemorizado por la serpiente.
No me pintes.
¡A mi no me pintes!
Entre risas y llantos, llantos y risas.
Oh, delfín.
Tu mi delfín.
Tu espinita, caracola.  
Qué ha sido de ti.
Otra vez tropiezas con la serpiente.
....
No sé cuanto tiempo.
Allí la serpiente.
Camuflada en el árbol.
Esperando el momento.
El exacto momento.
...

¡Tú, destino! 
¿Acaso quieres traerme de nuevo a la serpiente?
¿En todo este fluir de ondas?
¿Aquí me apareces tú cobra?
¿Serpiente?
¿Ahí te postras? 
¿Ante la desnudez del amor del hombre?
¿Otra vez?
¡Por Dios que eres osada!
¡Te mereces hablar!
No, no. Otra vez no.
Yo en mis adentros.
Otra vez la serpiente, no.
¡Que no hable!
¡Bórrala!
¡Borra la serpiente!
Es fácil.
La forma de la zona no es así.
Y yo; ¡Pero significa eso!
Allí en mis adentros.
...

Finalmente me senté de nuevo delante del boceto hombre 01.
Otra vez.
¿A donde me lleva todo esto?
Allí estaba el conejo mirándome atento con su nariz-corazón
Con su boquita y sus dientecitos.
Él decía: Ju, ju. Yo estoy pero no estoy.
Yo estoy disfrazado de reloj de tiempo.
El caballo decía: A mi no me mires. Yo soy el oído, con el fruto dentro. Un dibujo en el aire y el viento.
Y arqueaba todo su cuello sin perder detalle de todo el momento.
Bajo él la esfera naranja, rayo. Como con cuatro círculos, cuatro cascos.
La esfera naranja parece que hacía, en su hacer o caer o significando en el tiempo, una especie de corte en aquellos gigantescos ojos que formaban esas dos grandes arcas que acarreaba en sus brazos el hombre. Y caía cortando y formando el rojo, que el rojo parecía la gota del gigantesco ojo, o la arruga, o su gesto, de aquella boquita de piñón que descansaba dulcemente sobre dos manos o alas u ondas que parecían sus brazos o barbilla o manos. O como que a toda aquella boca se le caía la baba viendo caer al amarillo, el naranja y el rojo en todo aquel azul y verde sobre el cruce.
Y el ave decía, pio, pio. Yo estoy disfrazado de ojo y de cuenco en el viento.  Mi disfraz es de huella.
De huella de dedo en el tiempo.
Allí.
Viendo.
En el camino del hombre en el tiempo.
No sé cuantas veces había tragado saliva en todo aquel tiempo.
El hombre.
Tal que dije: 
¡Habla!
¡Habla tú serpiente!
Todos estamos aquí.
No podías faltar en la fiesta.
Dime lo que quieras serpiente.
Háblame y húndeme en el lodo.
Muérdeme a mí, a mi luna y mi viento.
¡Muérdeme otra vez si así lo quieres!
¡Destrózame!
Mata todo mi amor.
Destroza mi árbol de nuevo.
Muerde serpiente.
Muerde en todo mi sexo.
¡Y háblame!
¡Vénceme ya!
...

Y en esas que pinté su lengua.
...
...SSSSSSSSSSS...
...
¿Qué me diría la serpiente?
¿Entre todo ese remolino de viento?


Y el conejo venga a llorar en el tiempo.
Como sudando.
No le des lengua, no.
Que la serpiente es vivaz y sabrá engañarte con su lengua viperina.
Mira que ella silva y parece que te hipnotiza.
¿Tu me lo dices?
¿Tú?, ¿Conejo en el tiempo?
¿Tú? ¿Con tus soles y tus lunas?
¿Con esos ojos llorones me lo dices ahora?
...

Pero la lengua estaba pintada y la serpiente había hablado.
Debajo de aquella suerte de cruz que formaba su pecho.

...

Allí como que deje huella de ello.
Que la serpiente estaba allí.
Que la cobra con sus ojos estaban allí.
No en otro sitio, allí.
Cuando me acercaba al final.
Allí dibujé como una gota de agua que corría por su muslo con su brillo como uña y luna, como reflejo de la luna. No entonces, un poco más tarde.
Después de la serpiente.
La serpiente.
Y yo en mis adentros.
Me entrego a tí y a tu voz. Y dejas huella sobre mí y yo sobre tí con mi luna en mi dedo.
En el árbol subiendo al árbol.
En mi caminar por la vida.
Allí dibujé aquel dedo azul formando su arco con forma de corazón.
El de ahora la serpiente.
...
...SSSSSSSSS...
...
Me dijo la serpiente.
Y los grandes arcos de los ojos de la boquita de piñón miraban diciendo: Sí que la veo, sí. La tengo muy cerca de mí. 
Y yo no sabía si lloraba o reía.
Maldita mi suerte, tú, serpiente.
Tú serpiente que me vienes a hablar sobre el árbol y la semilla. 
Encima del árbol y la semilla. 
Aquí dejo huella de que me enfrento a tu lengua viperina.
No te borro.
Te dejo, me enfrento, acato, te observo.
Me resigno ante tu presencia.
Mi vanidad en el buscar me llevó a tí.
La suerte de mi destino está sujeta a tí.
Yo te dibujo y te hago y te formo.
Y su lengua.
Ay, su lengua.
Su lengua se extendía como hacia la semilla.
Se dividía en dos hacia los ojos de la semilla.
De mi osadía en el querer hacer.
Y parecía que me decían: ¡Míra!
Yo tengo la semilla al alcance de mi lengua.
Al alcance de la palma de mi mano.
Con mi lengua.

Mira que la lengua bajaba y subia.
Y se bifurcaba y se abría y se cerraba.

Y entonces...
¿Pero tú serpiente?
¿Qué mensaje me traes en tu lengua?
¿Qué mensaje esconde tu lengua?
Tú, lengua de serpiente.
...

Entonces ví a la serpiente.
La serpiente hablaba nuestra misma lengua.
La lengua de la semilla.
El mensaje estaba en su propia lengua.


¡Aquí dejo huella en tu muslo!
Con el dedo de la gran luna dejo huella que te he visto y te he escuchado, serpiente.
Aquí te dejo en el árbol. Como si estuvieras entre las piernas del hombre.
Yo vine buscando el amor del hombre en su hacer y me encontré contigo y te dí lengua y tu lengua me habló en el árbol y en toda la semilla.
Sobre la semilla.
Y tu lengua me lo dejó bien claro.
Plante allí como su abdomen subiendo hacia la flor.
En verdad la lengua de la serpiente era viperina.
Por algo.
Sube por la planta que allí está el insecto palo camuflado encima del corazón.
¡Sube!
Que tu vienes para hablar de otro amor.
Parecía entonces que decía la serpiente en su propia lengua.
¡Sube!, que tu buscas otro amor al que mi altura no llega.
Sube hombre y déjame aquí en tu sexo.
Déjame que yo guarde tu sexo y tú sigue subiendo.
Y el conejo lloraba como loco de gozo entre gemidos y sollozos y sonidos al viento.
Entre el sol y la luna.
En el árbol.
Encima del hombre.
En todo su ser.

Y pinté toda aquella serie de ondas o formas.
Que parecía la sombra del insecto, su recuerdo.
Que parecía la planta, la primera planta de amor.
Hacia su flor corazón.
Hacia su nariz.
Allí subía la planta.
Toda la planta desde la semilla.
Todo el hombre en su hacer y caminar por la vida.


Y lo remarqué y lo ensalcé todo un poquito más.
Aumenté unas pocas sombras y unas pocas luces.
Y dejé que la serpiente permaneciese allí en su sitio.
Como entre las piernas del hombre, a los pies de la planta.
Allí dejé al dedo señalizándola.
Apuntándole con su brillo y su luna.
Su lengua decía sube, sube, que yo bajo.


Y le dí más luz a todo su abdomen.
Y la planta se tornó como trigo dorado.
La planta que subía hasta su flor en el corazón.
Todo su abdomen dorado y verde de la planta del tiempo.
Todo lo comido sobre el caldero subía allí como planta de trigo.
Hacia su corazón.

Y su corazón entonces crecía.
Y parecía que impulsaba todo eso con más fuerza.
Y su aroma se esparcía con mayor ímpetu.
Allí subía toda su fuerza hacia la lengua del cuello.
En la escalera del tiempo.
Hacia la mitad del hombre.
Allí en su subir.
Marqué eso en el tiempo.
Y giré la luna. Le dí más brillo.
Y el conejo parecía que veía con mejor cara todo aquello.
En los relojes de sus ojos en el tiempo.


Sí que todo eso estaba alli.
En forma. De alguna forma.
Y pinté todo su abdomen de sol.
Y el marrón del tronco, y el verde de la planta que se tornaba en sol que trepaba y subía por el hombre.
Allí estaba el insecto palo en la planta y el tronco.
Tan campante sobre la planta como un insecto palo.
Y la flor lanzaba fuego y lava.
¡Sube! ¡Sube!
Llega hasta los límites del hombre. Sube.
Allí el pájaro en el cuenco enseñó su pico.
El ave del paraíso con su pico.
Mirando al sol.
Y subí.
Y dibujé el azul en la lengua del hombre.
Como el agua y el aire que entra por la boca del hombre.
Donde su lengua.
Así caía el agua sobre el corazón del hombre.
Y bajé.
Y que en toda aquella planta, en medio de ella estaba el ombligo.
Túnel de vida.
Remolino de agua en el tiempo.
Y allí dibujé como un círculo o una gota.
En su ombligo.
Según las señales que la silla me había mostrado.
Túnel de fluídos en el tiempo.
Y allí quedó como el punto sobre la "i", sobre la lengua en forma de "i" de la serpiente.
Alguna luna debería ponerle ese punto.
Ese punto sobre la "i".
Allí quedó la "i" sobre la planta.
Y subí y bajé y subí y bajé durante todo aquel tiempo.
...
Y seguí hacia el rostro del hombre.
Hasta donde la semilla llega a hacer al hombre.
Allí hasta donde llega su mitad.
Y pensé en el rostro del hombre.
Y en su boca. debajo de su nariz entre sus ojos.
Y que todo aquello decía, ¡Sube!, ¡Sube!
¡Oh, mi tartaleta de ondas!
¡Sube!



Y le dí brillo a su lengua.
A la lengua del hombre.
Coloqué brillos y luces por todas partes.
Iluminé las formas en el rostro del hombre.
Dibujé su labio como arco lanzando flecha hacia su nariz.
Dibujé la nariz cual trompeta hacia su mitad, hacia los alcances del hombre.
Allí estaba la trompeta, el insuflar de aires.
Formando los arcos de sus ojos. 
Los ojos del hombre.
Allí soplaba la boca toda la trompeta.
Y el corazón subiendo y bajando. Y las aguas entrando y saliendo.
Y las ondas subiendo y bajando.
Todo aquello brotando por la semilla de la vida del hombre.
Allí, allí estaba la verdadera lengua del hombre en su ápice y su punta.
Toda como sedienta.
Con los ojos sobre la lengua. Mirando.
La boca y la trompeta.
Soplando.
Allí todo el hombre.
Allí todo hombre.
Con su propia lengua alzada al viento.
Sin saberlo.
La lengua de la vida y del crecer.
La lengua del amar y del ser.
Esa era la verdadera lengua del hombre.
La de alcanzar y llegar a ser.
La del buscar y la del pedir.
La del tragar y hacer y transformar y vivir y crecer.
Esa era la lengua del hombre en su soplar y mover vientos.
En su caminar por la vida.
Y el pájaro, aquel ave del paraíso, reflejo del delfín. Aquel ave que como que miraba al cielo, formando el ojo de la dama o una parte del cuenco o cadera o caldero que parecía que hacía pucheros, aquel ave parecía que cantaba y su pico se iluminaba en el viento.
¡Oh tú ave! ¡Oh tu ave con tu pico!
Parece que en todos estos haceres de la luz y el viento fuiste capaz de andar sobre el propio viento.
Y volaste alto hacia el sol y buscando el sol, volaste y que como que ningún otro ser fue capaz de superarte.
Tu vuelas y dominas los vientos y los cielos. Tú, pájaro que surcas los cielos.
Perseguiste el sol y el amarillo de tal forma que tu pico, tu boca, tu lengua, tu punta se tornó amarilla como el sol.
En ese salto de no perder y ver y seguir viendo en el buscando galopando formaste un arco amarillo en el viento.
Entre tus alas y tu vuelo.
Tú fuiste como volando por los vientos.
Tú pájaro, con tu pico.
Yo escucho tus pío, pío.
Con mis oídos escucho los frutos del viento.
Allí el hombre, entre los frutos del corazón y los del viento.
Allí el hombre en su buscar en el medio.


Así dibujé al hombre.
El resultado de un archivo llamado Boceto hombre 01.
Entre toda esta suerte de colores subiendo y bajando entre las ondas.











sábado, 12 de julio de 2014

Boceto hombre 01. En el sentido del hombre en su ser. ( Bloque 16)




Allí estaba la forma en la que había conseguido detener los andares del hombre sobre el tiempo.
Con un boceto.
En toda esa suerte de ciclo de señales.
De señales que como se hubieran invertido en ciertos lugares. Como si la fuerza de la constancia sobre ciertas partes, en el tiempo, hubiera formado las redondeces de las formas.
La importancia de las formas en los distintos momentos de los distintos tiempos en el hacerse.
Allí aquellos dos círculos como ojos que formaban parte de los distintos momentos en los distintos giros y corrientes del hacerse.
Parece que los círculos en sus manos asidos, aquella suerte de acarreo con forma de bolsa, de caldero y cuenco, toda aquella superficie cercana a la cola de la columna del hombre, que como si se giró y fue hacia allí en lugar de hacia acá o cambió su sentido y dobló y fue y vino y formó aquel estante llamado cadera, como con alas y círculos dolados en sus corrientes y fuerzas. y como que de allí salieron dos piernas, dos brazos, dos antenas hacia abajo. Dos ramas.
Desde la ingle del amor.
El músculo del amor y la vida.

Volví el sol de su costado negro.
Pues en su pecho era una sombra. 
En la luna dibujé también las sombras. 
Dejé la mano sobre su hombro.
Al lado de la antena del insecto, cerca de la onda que formaba el fruto del oído, con su semilla dentro.
Lo resarcí todo. Lo marqué y remarqué.
Di más luz y más sombra allí donde estaba la sombra y la verdadera luz.
Aquella cabeza que marcaba los límites del hombre.
Con su cuello, su lengua, su giro y su giro.
Y su sentido.
Su sentido en el giro.
Aún en el giro su sentido seguía siendo sentido.
Era el sentir del empujar del crecer y del ser.
En los distintos giros allí estaba la cabeza del hombre.
En toda su historia.
Historia de luces y sombras.
De un ser que crece.
Todo él en formas.
En distintas formas.
Un ser que siempre crece.
Alimentado por la conciencia no de una luz y una sombra tan siquiera.
No de un sol y una luna o dos estrellas girando en el centro de nuestra galaxia.
En el centro de todo este camino de luz del hombre.
Espiral y columna de la vida del girar y crecer.
Sentido del doblar en los brazos del ser.
Entre las luces y sombras. 
En el camino de las ondas.
Si no de una fuerza que cambia las formas en su propio hacer.

Allí veía como a el omega con alas y ojos.
Como con una capa.
Toda una capa de ondas de rayos de luz y de sombras.
De formas.
Por el mundo, con el rojo latiendo en su interior.
Sube, sube.
Crece, crece.
Ve.
Ve y vuelve.
Haz, forma, transforma.
Todo aquello, todo aquello cargarás sobre tus espaldas.
Todo lo que hagas está sobre tus espaldas.
En la espalda del pasado de tus andares.
Tú, hombre.


Tenía que verlo, que mirar.
Tenía que mirar en todas partes como fuera.
Buscar.
Desde el otro lado.
Como en el otro lado o al revés.
Como lo que es o no és.
Lo que me quedo es lo que no parezco y doy lo que no quiero.
O doy lo que soy y quiero y me quedo lo que no quiero.
En los colores y formas.
En los contrastes cambiantes de sus formas.


Volví a los colores con los que estaba trabajando.
Qué iba a ser de aquello?
De ese ser que parecía que me enseñaba la lengua.
Burlándose de su ridícula propia forma.
El insecto me parecía una suerte de hocico arrugado entre dos ojos juguetones y como engañosos. 
Todo como entre una masa de pelo.
Allí estaba mirándome. Impertérrito.
Burlándose de mi en él con él a través de mí.
Me miraba como diciendo.
¿Tu has hecho esto?¡Mira!
Brruuuuu.
O algo así parecía decir.
Allí estaban también los ojos de las caderas asidas, asistidas por sus manos, por su ramas, por sus brazos.
Con su boca corazón pié sombra onda huella.
Al lado del delfín beluga ballena de la primera onda.
Más allá de la pirámide del sol.
Donde el botón de cuatro ojos, el botón de la semilla gota energía en movimiento.
Al lado de los dos ojos. Los asidos por las manos, los que tienen la gota con la semilla dentro.
En los doblares y torceres.
Fruto de los torceres y doblares y seguires.
Del corazón el gusano con ojo.


No quería dejar allí al insecto.
Sobre el árbol, a la vista.
Tapelo, cubrilo.
Lo coloreé con los colores del tiempo.
Del tiempo de los huesos.
Allí.


Quité el insecto y volví a las formas del pecho.
Profundicé entonces y dibujé su corazón allí debajo.
Encima. Entre las alas del viento.
Dibujé el corazón con su ciclo.
Con su bom, bon. Bom, bon.
Entre los ojos de sus soles y lunas.
Entre las formas del pecho.
En los surgires de los haceres.
Tal que aparecía de nuevo una nariz rosa.
Como medio bizca o medio tuerta.
Como imperfectamente perfecta.
Sobre la lengua de la ingle del amor.
En el tronco.
Lengua sobre lengua.
Lengua rosa en su cuello.
Sube, sube.
Crece, crece.


No podía evitar ya la idea o el momento.
La fragua estaba cristalizando.
Las opciones se apuraban y definían solas dentro del concepto.
Ir más allá de cualquier cambio supondría perder el concepto.


Todo aquello cristalizaba en forma de marcas y huellas.
Se fijaba en el tiempo.
Con luces y sombras.
Arcos y puentes.
El corazón como bucle. Como pez colgado, como alfa, como nariz y viento.


Avivé los colores.
Aumenté su intensidad ligeramente.


Volví a colocar el obtenido mapa con todas las señales allí a su lado.
Como para ver el resultado.
Todos los ojos, los sexos.
Las señales del mapa.
Todas las distintas lenguas estirándose allí, hacia en la cabeza del hombre.
En toda su forma.
Sobre las ondas del mar y del viento.


Desde el amor al corazón.
Allí en su mitad.
Allí en la mitad de cada ser.
En su mitad.
En esa masa como blanca de nubes y ondas y viento.
En su cabeza, en el ápice de la lengua, en la espuma de la lengua.
La lengua que llega hasta su cabeza.
La que separa los ojos.
En todo el entorno.


Poco quedaba hacer ya allí.
A aquel dibujo, que parecía que se burlaba de mí en mis propias narices.
Con toda esa carita, y su corazoncito, como una corbatita, su pañuelito entre dos arcos y pestañas.
Entre dos ojos o soles o lunas.
Con toda esa cara con boquita de piñón.
Con forma de corazón.
De su labio, su pupa en la huella y la ambición.
De su rojo sangre lava.
De sus ondas y peces y soles y luces y sombras.
Parecía que decía:
¡Ay! ¡Mira que bonito! 
Y como si él, el mismo dibujo, me hiciera una carantoña siendo observante del relato de la realidad de su todo concepto.
¿Te crees que me importa?
Parecía decir.
No me importa ser grotesco o feo a tus ojos, o tener como ojos y nariz de conejo.
¿Necesitas patas?
¡Yo tengo cientos!

Así era.
Por Dios que así era.
Todo esto durante el haciendo.
En el viendo.
No podía hacer otra cosa que iluminar más aquel concepto.
Fuera el que fuese el resultado de todo aquel proceso.
Arquearlo, iluminarlo y darle dirección al sentido del hombre.
En todo ese camino.
Allí el hombre, el árbol y sus frutos.
En el buscar.
En el sentido del hombre en su ser.


Boceto hombre 01. Más ondas, más ojos y más vientos. Los frutos del tiempo. (Bloque 15)




Marqué todo aquello un poco más para verlo mejor.
Para intentar vislumbrar la veracidad del significado de todo lo que allí se representaba.
Para cerciorarme de la veracidad de las formas y los hechos.
Para confirmar la veracidad de que todo aquello que surgía delante de mí tenía su sentido.
Que su sentido era cierto. Que su sentido era el sentido de las señales.
Que el sentido del sentir en el haciendo, que el resultado de los sentires y las formas de esos sentires, tenía su razón de ser.
En verdad que todo aquello tenía sentido.
Tenía un sentido ascendente y descendente.
Todo aquello hablaba de la historia del tiempo.
De la vida en los seres de este planeta.
Del sentido del universo. De sus formas en el hacerse.
De las ondas señales en todas las cosas.
De dos mitades con un corazón.
Allí estaban los huesos calcificados por el tiempo de las formas.
Formados todos como con ondas almacenadas en los mismos lugares.
Apilotonadas, amontonadas unas tras otras. 
Las ondas del tiempo del sentido de las fuerzas, de las energías del pasado, presente, futuro.
De ese tiburón hambriento de sed y de aire.
De ese tiburón que no se sacia.
Viviendo, creciendo, surgiendo. 
Peldaño tras peldaño.
Subiendo por el placer del amor y ser.
Por todo el árbol de la vida.
En verdad que aquello era mucho más veraz que muchas de las cosas que se podían ver.
En verdad que aquello tenía mucho sentido.
La cola del pez surgida del mar, de las olas y formas en el recuerdo del ser.
Del ser de toda esa columna, ese árbol, ese tronco erguido.
Allí el hombre andando en el tiempo. 
Sobre su huella en forma de onda.
Toda la columna con forma de espina. Acabada en cola.
Allí encima del tronco, en el tronco, sobre el tronco, entre las hojas y pestañas del tiempo.
Allí estaba el insecto. Aquel que venía del aire, de las ondas del aire y del tiempo.
Aquel que tenía como alas y oídos en el aire. Aquel que oía el aire. Que sentía el aire.
Hecho de ondas. Duro por el polvo y el viento. En los límites del árbol.
Circundando el árbol. 
Abrazando, cogiendo, sosteniendo, asiendo con sus patas brazos ramas y ondas.
Sujetando, amando, formando parte del tiempo. 
En el árbol, en el tronco.
Quizás posose con todas sus patas, con todas sus ondas sobre el árbol.
Sobre la espina y el tronco.
El tronco del árbol, del delfín y del hombre.
Con el brillo en la gota. Con los brillos en las gotas.
En sus rodillas. A la altura de sus rodillas.
El insecto se unió sobre el árbol por encima de la semilla del hombre con la espalda, la columna, la espina dorsal del hombre.
Allí se unieron los dos. Por encima de la semilla.
Por encima de la cola. Entre el sol y la luna.
Entre el sol y la luna.
Bajo las alas de las hojas de las ondas de las pestañas del árbol del hombre y de la vida.
Allí, entre las ondas sonoras del viento y de las alas y las hojas.
Las antenas del insecto sobre los omóplatos del hombre.
Sobre su espina, como aletas de pez.
Quizás el insecto y el pescado se unieron amándose.
Quizás se amaron. Quizás el insecto amó al pez muerto y puso su huevos en el amor muerto.
Quizás pensó que era como él y que sus espinas, sus patas, sus ondas eran tantas que parecían iguales.
Quizás se amó carne con carne, entre el sol y la luna.
Entre el calor y el frescor, el viento y las ondas. 
La muerte y el recuero de ambos surgió una mezcla sobre el árbol hambriento de amor.
Quizá simplemente coincidieron las ondas del aire y del mar en una orilla, en un margen y allí entre ambas circunstancias, entre unas ondas y otras siguieron nuevas ondas formándose en sus carnes blandas.
En su oscilar, subir y bajar.
Allí ambos sistemas se unieron formando coraza y cuerpo. 
Todo eso cargado sobre los hombros del hombre.
Sobre el caminar del tiempo bajo los hombros del hombre.
Allí se unieron las formas.
En como sus patas o ramas u ondas. En todas sus costillas se unieron. En esas dos ondas.
Hasta allí llegó el recuerdo de la unión del proceso de todas las ondas.
Tan grande, tan perpetuo.
Lleno todo él como de viento y de carne.
Por debajo de las escaleras que llevan a la cabeza.
En el hombre.
En el dibujo que comenzó siendo un "Boceto hombre 01".
El Adán de los tiempos.
Todo torcido pero como erecto.
Así era.
Allí estaban unidos en su patas y brancas. En sus ojos y en sus recuerdos.
En sus sentires.
En los sentires de las formas.
Allí el corazón.
¡Sube!¡Sube y no bajes!
¿Sube y baja si quieres!
Baja si te place.
Baja que yo te haré subir otra vez.
Te haré subir por si quieres bajar otra vez.
¡Sube!¡Sube otra vez!
¡Sube!
Así en la vida.
El corazón todos los días, todos los momentos e instantes en el tiempo.
¡Sube, por Dios, sube!
En el árbol de la vida, bajo el insecto.
En la columna del tiempo.
En la espalda del tiempo.
La espalda del pasado, presente y futuro.
Durante toda la vida del hacer.
Sí que tenía verdadero sentido todo aquello.
Tenía mucho más sentido que el que incluso cabía esperar.
Todas las señales y las ondas.
Todo ese compendio de señales y ondas.
Todas.
Todo ese camino de luces y sombras.
Espiral con dos soles.
Cadena de ondas y luces.
De luces y sombras.
Enjabonados en el tiempo.
Espumados.
Acariciados todo el tiempo.
Formados y forjados bajo las luces del tiempo.
Entre las luces y las sombras.
Dulce parpadeo del ver.
Pestaña infinita del tiempo.
En sus formas.
Todo aquello aquí en el caminar del hombre y sus huellas en el tiempo.
Con todo eso en la mente.
En la mente del hombre.
En los mapas del tiempo.
Siguiendo las señales.


Iluminé de nuevo aquello.
Aquella idea.
Todo aquello surgía.
Así surgía.
Y bajaba o caía o descendía o rodeaba o rellenaba.
Entre el sol y la luna.
En el camino de luz.
Sobre el camino de luz.


Más luz. Más luz.
La mente del hombre.
Los límites del hombre.
Las ondas, los reflejos las luces y las sombras.
Las formas. La huella, la onda, la redonda, el reflejo en el espejo
Luz en la gota.
Viento y onda.
Reflejo y espejo.
Allí estaba todo el insecto sobre el pecho con el agua que bajaba por su cuello.
Con el agua y el viento.
Con el azul del mar y del cielo.
Alimentado sobre el árbol.
En suerte que las ondas que caían cubriéndole parecía que tenían todas las formas.
Las puntas y los arcos.
Formaban arcos, soles y lunas.
En todo ese palmeral de vida.
Y lo que caía subía.
De muchas formas.
Así era el caminar del hombre en el tiempo.
Entre las ondas del tiempo.


Gusano, gusano con cola.
Verde, azul, amarillo, blanco, naranja, rojo, marrón y negro.
Gris.
Sube, sube otra vez, sube.
Otra vez.
Venga. Otra vez. Sube.
Sube, venga, sube. 
Venga, otra vez, sube.
Venga, sube otra vez. Sube.
Así el hombre erguido en el tiempo.
Siguiendo las señales.


Más color. Allí están todas las ondas.
Las del agua y el viento.


Sinfonía en el oído. Violonchelo de cuerda en el tronco. Oído de la onda del aire.
Gota del vibrar.
Caricia del surgir.
En el viento.
En las alas del viento.
En los holas de las olas de las ondas del tiempo.
Onda del recuerdo en el oído del tiempo.
Fruto del viento.
Como salidas de los brazos del tiempo.
De todas las ondas en las yemas de los dedos.
En los brazos del hombre.
Alrededor de los brazos del hombre.
Tocados por el hombre en el viento de sus huellas.
En sus señales.
Reflejo, reflejo de colores.
Amarillo, naranja y rojo.
Arco de colores.
En los arcos, en los soles y los ojos.
La antena y la mano.
La antena y la mano en el hombro, en el brazo.
Su forma, arco y pestaña.


Círculos y ojos y ciclos y retornos.
Forma de la fuente, de la semilla.
En los círculos.
En la zona de las gotas.
De esas como dos gotas.
La una, la que tiene como un centro.
Y la otra la del cuatro, la del movimiento.
La como naranja simulando la energía de la semilla en la gota.
Allí surgían formas.
Formas del color de las ondas.


Y parecía como que el ser se estiraba y le surgían dos nuevos ojos que asía con sus brazos. 
Como a la altura de sus manos. Donde las piernas, como sujetando las piernas.
Como circundando las piernas.
Como abrazando las piernas en todos estos andares.
Como dando peso a todo aquello.
Como acarreo.
Huesos en forma de cuenco. Cuenco del tiempo y el movimiento.
Cacerola de potajes. 
Cadera, estante.
Ojos en la cadera.
En la espalda del recuerdo, del pasado.
Giro en las ondas.
Sustento. Cadera que forma.
Ala y ojo en el tiempo.
Cadera que sustenta la cola. 
Estante del caldero y el puchero de la boca.


Entre como dos soles. Entre dos ojos.
A la luz, en la luz, sobre la luz, con la luz.
En las sombras, con la sombra, en el sueño, en el sueño eterno.
En los límites de la mente del hombre.
En el recuerdo del tiempo.
En sus ondas, sus piedras y sus huesos.


Todos los colores en las escamas, en la columna, bajo las alas de las ondas del tiempo.
En el fruto en el oído, en el oído fruto del viento.
De las ondas como pestañas que eran hojas y alas y olas y ondas que surgían de los hombros del hombre en los andares del tiempo.
Por sobre el tronco en el que estaban los huesos, las ondas con forma de insecto.
Por debajo de aquella lengua azul, sedienta de aire y de agua se encontraban la espina con el insecto como con ojos y oídos en el viento.
Como si fuesen fruto del viento.
Siendo.
Pidiendo azul y recibiendo.
Allí en la cabeza, como con forma de lengua.
Pidiendo luz.
Comiéndola, haciéndola.
Creándola.


Allí estaban los ciclos, las mitades.
Con las señales sobre el mapa.
En el árbol de la vida.
En la fuerza de un corazón.
Un corazón que impulsaba toda la planta.
En un boceto de hombre.
Todo allí. 
Dos ojos como con una boquita de piñón.
En todas las señales de las formas.