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sábado, 12 de julio de 2014

Boceto hombre 01. En el sentido del hombre en su ser. ( Bloque 16)




Allí estaba la forma en la que había conseguido detener los andares del hombre sobre el tiempo.
Con un boceto.
En toda esa suerte de ciclo de señales.
De señales que como se hubieran invertido en ciertos lugares. Como si la fuerza de la constancia sobre ciertas partes, en el tiempo, hubiera formado las redondeces de las formas.
La importancia de las formas en los distintos momentos de los distintos tiempos en el hacerse.
Allí aquellos dos círculos como ojos que formaban parte de los distintos momentos en los distintos giros y corrientes del hacerse.
Parece que los círculos en sus manos asidos, aquella suerte de acarreo con forma de bolsa, de caldero y cuenco, toda aquella superficie cercana a la cola de la columna del hombre, que como si se giró y fue hacia allí en lugar de hacia acá o cambió su sentido y dobló y fue y vino y formó aquel estante llamado cadera, como con alas y círculos dolados en sus corrientes y fuerzas. y como que de allí salieron dos piernas, dos brazos, dos antenas hacia abajo. Dos ramas.
Desde la ingle del amor.
El músculo del amor y la vida.

Volví el sol de su costado negro.
Pues en su pecho era una sombra. 
En la luna dibujé también las sombras. 
Dejé la mano sobre su hombro.
Al lado de la antena del insecto, cerca de la onda que formaba el fruto del oído, con su semilla dentro.
Lo resarcí todo. Lo marqué y remarqué.
Di más luz y más sombra allí donde estaba la sombra y la verdadera luz.
Aquella cabeza que marcaba los límites del hombre.
Con su cuello, su lengua, su giro y su giro.
Y su sentido.
Su sentido en el giro.
Aún en el giro su sentido seguía siendo sentido.
Era el sentir del empujar del crecer y del ser.
En los distintos giros allí estaba la cabeza del hombre.
En toda su historia.
Historia de luces y sombras.
De un ser que crece.
Todo él en formas.
En distintas formas.
Un ser que siempre crece.
Alimentado por la conciencia no de una luz y una sombra tan siquiera.
No de un sol y una luna o dos estrellas girando en el centro de nuestra galaxia.
En el centro de todo este camino de luz del hombre.
Espiral y columna de la vida del girar y crecer.
Sentido del doblar en los brazos del ser.
Entre las luces y sombras. 
En el camino de las ondas.
Si no de una fuerza que cambia las formas en su propio hacer.

Allí veía como a el omega con alas y ojos.
Como con una capa.
Toda una capa de ondas de rayos de luz y de sombras.
De formas.
Por el mundo, con el rojo latiendo en su interior.
Sube, sube.
Crece, crece.
Ve.
Ve y vuelve.
Haz, forma, transforma.
Todo aquello, todo aquello cargarás sobre tus espaldas.
Todo lo que hagas está sobre tus espaldas.
En la espalda del pasado de tus andares.
Tú, hombre.


Tenía que verlo, que mirar.
Tenía que mirar en todas partes como fuera.
Buscar.
Desde el otro lado.
Como en el otro lado o al revés.
Como lo que es o no és.
Lo que me quedo es lo que no parezco y doy lo que no quiero.
O doy lo que soy y quiero y me quedo lo que no quiero.
En los colores y formas.
En los contrastes cambiantes de sus formas.


Volví a los colores con los que estaba trabajando.
Qué iba a ser de aquello?
De ese ser que parecía que me enseñaba la lengua.
Burlándose de su ridícula propia forma.
El insecto me parecía una suerte de hocico arrugado entre dos ojos juguetones y como engañosos. 
Todo como entre una masa de pelo.
Allí estaba mirándome. Impertérrito.
Burlándose de mi en él con él a través de mí.
Me miraba como diciendo.
¿Tu has hecho esto?¡Mira!
Brruuuuu.
O algo así parecía decir.
Allí estaban también los ojos de las caderas asidas, asistidas por sus manos, por su ramas, por sus brazos.
Con su boca corazón pié sombra onda huella.
Al lado del delfín beluga ballena de la primera onda.
Más allá de la pirámide del sol.
Donde el botón de cuatro ojos, el botón de la semilla gota energía en movimiento.
Al lado de los dos ojos. Los asidos por las manos, los que tienen la gota con la semilla dentro.
En los doblares y torceres.
Fruto de los torceres y doblares y seguires.
Del corazón el gusano con ojo.


No quería dejar allí al insecto.
Sobre el árbol, a la vista.
Tapelo, cubrilo.
Lo coloreé con los colores del tiempo.
Del tiempo de los huesos.
Allí.


Quité el insecto y volví a las formas del pecho.
Profundicé entonces y dibujé su corazón allí debajo.
Encima. Entre las alas del viento.
Dibujé el corazón con su ciclo.
Con su bom, bon. Bom, bon.
Entre los ojos de sus soles y lunas.
Entre las formas del pecho.
En los surgires de los haceres.
Tal que aparecía de nuevo una nariz rosa.
Como medio bizca o medio tuerta.
Como imperfectamente perfecta.
Sobre la lengua de la ingle del amor.
En el tronco.
Lengua sobre lengua.
Lengua rosa en su cuello.
Sube, sube.
Crece, crece.


No podía evitar ya la idea o el momento.
La fragua estaba cristalizando.
Las opciones se apuraban y definían solas dentro del concepto.
Ir más allá de cualquier cambio supondría perder el concepto.


Todo aquello cristalizaba en forma de marcas y huellas.
Se fijaba en el tiempo.
Con luces y sombras.
Arcos y puentes.
El corazón como bucle. Como pez colgado, como alfa, como nariz y viento.


Avivé los colores.
Aumenté su intensidad ligeramente.


Volví a colocar el obtenido mapa con todas las señales allí a su lado.
Como para ver el resultado.
Todos los ojos, los sexos.
Las señales del mapa.
Todas las distintas lenguas estirándose allí, hacia en la cabeza del hombre.
En toda su forma.
Sobre las ondas del mar y del viento.


Desde el amor al corazón.
Allí en su mitad.
Allí en la mitad de cada ser.
En su mitad.
En esa masa como blanca de nubes y ondas y viento.
En su cabeza, en el ápice de la lengua, en la espuma de la lengua.
La lengua que llega hasta su cabeza.
La que separa los ojos.
En todo el entorno.


Poco quedaba hacer ya allí.
A aquel dibujo, que parecía que se burlaba de mí en mis propias narices.
Con toda esa carita, y su corazoncito, como una corbatita, su pañuelito entre dos arcos y pestañas.
Entre dos ojos o soles o lunas.
Con toda esa cara con boquita de piñón.
Con forma de corazón.
De su labio, su pupa en la huella y la ambición.
De su rojo sangre lava.
De sus ondas y peces y soles y luces y sombras.
Parecía que decía:
¡Ay! ¡Mira que bonito! 
Y como si él, el mismo dibujo, me hiciera una carantoña siendo observante del relato de la realidad de su todo concepto.
¿Te crees que me importa?
Parecía decir.
No me importa ser grotesco o feo a tus ojos, o tener como ojos y nariz de conejo.
¿Necesitas patas?
¡Yo tengo cientos!

Así era.
Por Dios que así era.
Todo esto durante el haciendo.
En el viendo.
No podía hacer otra cosa que iluminar más aquel concepto.
Fuera el que fuese el resultado de todo aquel proceso.
Arquearlo, iluminarlo y darle dirección al sentido del hombre.
En todo ese camino.
Allí el hombre, el árbol y sus frutos.
En el buscar.
En el sentido del hombre en su ser.