Translate

martes, 1 de septiembre de 2015

El tiempo y la obsoleta idea.



El tiempo.



Habían pasado varios meses desde mi última publicación en este blog.

Y había pasado ya más de un año.
Un año y varios meses desde que expliqué el funcionamiento de la silla de transmisiones.
Yo que corrí absurdo de mí a contarla. Aquellos minutos u horas desde su concepción hasta su publicación me parecieron eternos. Para nada.




Nada había cambiado. Ahí seguían las diarias muertes. La diaria desesperación.
La gran olla mediterránea seguía condimentándose cual guiso. ¡Más carne! Más huesos para darle sabor a todo esto. Luego nos bañamos. En el caldito.
Allí se iba condimentando el potaje mediterráneo día tras día. Con los cuerpos y las vidas de muchas esperanzas frustradas. Ahogadas en el llanto de un mar de rechazo.
Tal que todas las mías.

Algo en mi interior me decía que ésta no era mi vida. Que yo no tenía que estar donde estaba o que esto no tenía que ser como era. La tangente se había alejado del círculo y la vogona conciencia mundial seguía avanzando, ciega.

Otro desecho más de este desquiciado proceder.

-Vamos a matarnos un poquito más - Allí gritaban los insensatos.
Y el hombre sin garras, sin fauces, sin venenos en punzantes aguijones seguía construyendo armas.
Más armas. Más armas.
Más, armas.
Los primos, los hermanos, los vecinos, los amigos, los padres y los hijos.
Matemos a ese que es blanco, a ese por ser negro. Matemos a aquel que es moreno. A aquel por su barba. Matemos al otro por no llevarla. Matemos al del turbante, al del sombrero, al calvo o al cojo para que no ande ni aún dando saltos. Matemos al niño.
Matémonos entre todos. Como sólo el hombre sabe hacerlo. Sin piedad.


Así gritaban.


Loco e insensato mundo.

Si los padres tenían el derecho de matar a sus propios hijos, ¿Cómo no vamos a matar al vecino?
¿O a aquel, o al otro, o al de más allá?



La carrera de los mil gusanos se alargaba durante la entera vida.


El ser con conciencia.
Su conciencia.


Luego se les llenaba la boca con palabras como "evolución" o "civilización", o "derechos humanos".

Esa era nuestra cultura. Todos los días en nuestras casas.

Todo bienestar desperdiciado.

Y todavía decían algunos: Corre, corre!



-----



La obsoleta idea.



La obsoleta idea era algo que me impedía mentalmente avanzar.
La obsoleta idea era algo que taponaba otras posibles ideas.
Por estar pendiente.
Pendiente de salir y volar para dejar espacio libre.

La idea era obsoleta por el tiempo que había pasado desde que la pensé. Parecía obsoleta por su pura lógica concatenativa en su utilidad.

Había visto hace semanas que suman ya meses, metal tratado con láser en su superficie. El tratamiento otorgaba al metal la cualidad de repeler el agua.
Aquello, además de ser visualmente atractivo por la formación de gigantescas gotas sobre la superficie tratada, aportaba, como digo, una inmediata idea útil.

Supongo que el láser había creado una serie de rugosidades o sinuosas estructuras microscópicas sobre la superficie del metal, impidiendo que el tamaño de las moléculas de agua se adhiriesen al metal de una forma convencional.

El asunto era que el agua resbalaba sobre la superficie metálica sin resistencia pues no existía apenas fricción.

La obsoleta idea consistía en darle este tratamiento al casco de los barcos o quizás a las hélices de las turbinas para aumentar su eficacia.

Resulta evidente que al tratar el casco de un barco con esta característica, su navegación se vería potenciada. Quizás el hecho de tal cualidad haría que el casco del barco se convirtiera en un inestable y giratorio huevo sobre los envites marinos, siendo necesario crear unas estrías longitudinales sobre el casco sin tal tratamiento para así incrementar su estabilidad y su direccionabilidad sobre el mar.
Algo así como las estrías que las ballenas rorcuales tienen en su panza, canalizando así el agua de forma direccional a lo largo del casco e impidiendo su inestabilidad.



La obsoleta idea no parecía gran cosa. Pero para el caso...




El mundo entero se parecía demasiadas veces a aquella insensible y ficticia madre diciendo algo así como: "ñieEh".
Así se comportaba. "ÑieEh" a todo.


La única posible utilidad que tenía el contarla quizás fuera el dejar a mi cabeza libre del peso de la idea.