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domingo, 27 de septiembre de 2015

La huella en el barro.



En referencia a :




- Tengan ustedes un trozo de barro y dejen su huella en el barro.
- No. No queremos hacerlo.
- Mírense las manos.

Querían ser médicos o cirujanos y allí clavaban sus artilugios, con las manos.
Con las huellas en el barro.


- Tengan ustedes un trozo de barro y dejen su huella en el barro.
- Todos hemos dejado nuestra huella en el barro.
- ...
- Miren ahora su huella en el barro.


¿Acaso sabían aquellos formar un bonito ramo? ¿O plantar unas coles con sus manos?
¿Sabían tallar, esculpir, segar? ¿Sabían acariciar? 






¿Sabían acaso lo que hacían?






Siempre me dolió ver esta imagen. La presión, la rotura. La inserción.

...
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¿Acaso eran estos los no escritos en el libro de la vida?
¿Acaso yo que veía y pensaba esto con mi cuello sesgado tenía algún significado?
¿El que padeció bajo las manos del amor el si y el no sobre la madera?
Cual cruz de mi vida.

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...

Al igual que las inyecciones en los hombros o nalgas de los niños.
De las mujeres y hombres.
Inyectando líquido cual sable cortante.
Cortando carne, tegumentos.
Sin cuidado alguno.
Solo esperando que el cuerpo se regenere después de la salvaje incisión.
Había podido ver durante mi vida unas cuantas de esas punzantes acciones.
Presionando sobre el extremo de la jeringa como para lanzar el contenido a la mayor distancia que fuese capaz de alcanzar tal instrumento. El competitivo aguijón humano.
No había avispa, ni escorpión, ni serpiente que fuera capaz de inocular su veneno a tal potencia.
Sólo el ser humano lo hacía.
Allí estaban las batas blancas, o verdes, o azules...
A veces parecían curtidores de piel. Raspando, estirando, manipulando el cuerpo como piel encurtida para zapato.
Mecánicos.
En verdad hacía falta educar en sensibilidad.
Luego, aparecían los moratones. Las inflamaciones.
Y decían: Esto desaparece en unos días.
El cuerpo lo cura.
El cuerpo es quien lo cura.

Allí quedaban las huellas sobre el barro.

Las cicatrices. Los hematomas.
La falta de sensibilidad.

Bastaba una suave brisa para erizar toda la piel.
Un suave suspiro. Una mirada.


Ahora decían: El robot lo hará.
El robot lo hará.



La falta de sensibilidad.
Pocas veces aparecía la sensibilidad.

El momento, el día, el estado de ánimo. El cansancio.
La repetitiva tarea de la cadena de montaje o desmontaje humano.
El grito era: El siguiente.
Y el siguiente entraba.
Al poco yacía controlado e inerte ante sus manos.
Dispuesto al manoseo o patadeo. O 'cualquiercosa' que fuera pertinente.
El siguiente era el grito.


El siguiente a menudo significaba dinero, o un rato más cerca del descanso nocturno.


Un rato más cerca del beso, y la caricia y la verdadera sensibilidad si acaso cabía ya.

El dolor ajeno incomprensiblemente formaba parte de la diversión humana.
Era divertido para muchos ver caer y partirse la crisma del otro.
La risa de la desgracia.

La insensibilidad humana continuamente mostrada.
Enaltecida, encumbrada, fotografiada, filmada y detallada para ser mostrada.
Para regocijo y disfrute.


Todo era... un brotar de lava.
Un sucumbir de capa tras capa de rojo sobre negro.

Un continuo derrumbar de la sensibilidad humana.

La caricia y el calor de la ternura del pecho rebosante atrás quedaba.


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Todos víctimas.
Todos padecedores de este nuestro tropezar continuo.