Allí estabas.
Te retoqué.
Para que más parecieras.
Te retoqué para que más parecieras a como eras.
Allí dejé las gafas porque te veía.
Porque encajaban como anillo al dedo.
O así me lo parecía.
Tu eras y estabas.
En los parpadeos y centelleos.
En la voces incomprensibles.
En el hasta luego.
Te coloreé mejor o eso intenté y te use los colores de las plantas, de las hierbas. De las hojas de tu boca.
Habían cosas pendientes. Es verdad. Luego caí y lo ví. O lo ví y caí. O que se yo.
Allí estabas.
La gota alimentaba a la planta.
Mirando y viendo.
Allí estabas con tu capa y tu casco.
Con tu luto.
Con tus gafas puestas.
Con tu nariz trompeta.
En tu negrura oscura y brillante.
Parecía que comías zanahorias o espárragos. O que vomitabas o llevabas una lengua larga y seca.
Quizás se te caía la baba o te crecía la barba o te había crecido el bigote.
Abuela.
Allí estabas a los pies de la planta.
Como yo. Viéndote.
Con los brotes y las lágrimas.
Con las capas puestas.
Parecía que llevabas bastones en tus dientes por tantas ganas.
Oh, cuanta mierda, abuela. Cuanta mierda.
Y yo entre ella.
Había callado al dar. Para que no pensasen que estaba loco.
Y había frenado a las hilanderas hasta no hacerlas.
Pues en verdad pensé que me volvía loco.
Aún cuerdo.
Sufrí el dolor de la maceta sobre mi cabeza.
O así percibilo o creílo o sentilo o que se yo.
Ya me habían tirado la piedra. Desde el árbol.
En la cabeza.
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Todavía otro misterio más me das.
Tú que lo soportas.
Allí te veo de nuevo.
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Tú mosca, mosquito. Volando a tus anchas. Por tu casa.
Por tu casa danzas.
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Oh, tú. Mosca, mosca.
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Ten mosca.
Otra vez el vuelo de una mosca.
La que bailaba en todas partes. A sus anchas. Tan campante.
La que bailaba donde quería.
La que no bailaba o permanecía escondida a simplemente ausente.
La que no estaba, estando.
Que dejaba su boca abierta de par en par.
Allí. En el reposando.
En la escalera. En el descansillo del tercer o cuarto peldaño.
Ella se quedaba estroncada. En descanso o cuidado o en los brazos de una venus. Medio dormida y vigilante.
A nuestros revoloteos.
Endiablados torbellinos de fechorías o no.
De sueños y amistades y juegos.
Aaaah, la mosca, la moscaaa.
Ay la mosca.
Uy la moscaaa.
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Algunos no querían cambiar nada, solo parecía que querían cortar cabezas.
Cambiar de nuevo las fichas. Ahora te pongo aquí. Ahora allí.
No entendían las cartas, ni la baraja.
Todos los caminos.
No sabía donde escribir. Escribía por el viento tantas veces.
Imposible recordar todos aquellos vuelos.
En el aire.
O sentado. Volando.
Como escribir aquellos vuelos. Perdidos.
Rizos en el aire de tu mente.
Como coger todos aquellos vuelos.
Tuyos.
Ya había visto las cartas. Y me costaba cientos colocar una u otra.
Allí seguían moviéndose las baldosas.
Las losas.
Del techo o del suelo.
Los platos del aire.
Oh Padre, Padre.
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Me pedías cosas imposibles.
Imposibles para mi cabeza hecha.
Allí tenía el guión pero ni yo me lo creía.
Quería, no podía.
No sabía, no sabía.
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Yo me tiré al pozo.
Al pozo de luz.
Entre los paneles.
Entre tus paneles.
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Yo yo que sé, yo yo se cuantos.
Allí la vida.
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Allí estaban los cafés.
Los cafés de las cafeteras.
Los de las gotas en la espuma. Crema.
Y su ojo. Todo negro café.
Con ese ovillo como de fino oro.
Entre tus luces y tus sombras.
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En tus vuelos. En tus vuelos de mosca.
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Tú. Y tus cosas.
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Oh, el orden.
El orden de las cosas.
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Aquí había estado el hombre que empuja o es empujado.
Allí había estado en el silencio.
Aquel toro.
Aquella bestia.
Antes.
Mucho antes.
Cabalgela. Cómo cabalgela.
Cabalgela toda.
La llevaba cablada en el pecho de los dolores.
En mi espalda.
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Allí el hombre que empuja o es empujado.
Con su bestia. Con su alma y con su mente.
Con sus manos y con su mente.
Con sus bestias.
Y con su pincelada de muerte.
Y toda aquella Tensión e Incertidumbre de esos días.
Y aquel arco y aquella esquina.
Y aquel todo.
Todas aquellas losas.
Diarias.
De en su volar las cosas.
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Tu no eras así.
Yo sólo veía tus arrugas. Tus surcos.
Tu mirada profunda y tus voces del pasado.
Tus señales.
Abuela.
Abuelas.
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Pasaba el tiempo y yo seguía con el todopoderoso en la mente.
Con el que tenía el tiempo y la sabiduría en sus manos.
El que iba encima de los flores y del león.
También recordaba a la bestia y las bestias.
La bestia de manos de bestia.
La bestia de los cuernos y los dientes y las grapas y la manta.
La bestia rollito de primavera.
La bestia de las bestias.
Aquellos guantes me había puesto.
Aquellos guantes me había puesto en el buscando.
...
Aquel era yo.
En mis sillas de ruedas.
En mis dos piernas sobre una silla de ruedas.
Aquel era yo enrollado en una manta verde.
De frío.
Con mis colas y mis ondas.
Y un venir de algún sitio o ir a algún sitio.
Aquel era yo tecleando en dos lenguas con dos bocas, con sus dientes.
Con la lentitud de la parsimonia.
Con la dificultad de los filtros y pensamientos.
Aquel era mi acumular de cosas.
Allí lamía mis palabras.
Allí encontré ...
...
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Todo cambia y todo seguía en el fluir de la vida.
En sus esquinas, ruidos y recuerdos.
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Tenía allí al amor.
Ya no tenía esos días ganas de escribir o pensar sobre el amor.
Me había olvidado.
Había ganado antes de participar y había perdido por no hacerlo.
Por haber ganado antes de hacerlo.
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El verano había pasado.
Había llegado la suave lluvia.
Limpiando y regando las calles.
Las plantas.
El mundo.
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Había escrito alguna cosa sobre el amor esos días.
Aún así.
Pero no quería, no sabía cuál era la situación.
Podía escribir sobre aquello. Pero...
Allí lo escrito:
(Retoqué aquel dibujo. Para marcar un poco más los labios)
¿No veis sus labios? ¿Allí sobre su espalda? En sus mofletes y carrillos.
En sus piernas. En sus piernas medio abiertas y medio cerradas.
En la planta de sus pies. Allí donde yacen los corazones.
Allí están los labios reposando. En el descanso del silencio.
En el descanso.
En el descanso de la risa.
De la risa y la sonrisa.
De la flecha y el dos. Del reposando.
Allí los labios abiertos y cerrados.
Los abiertos y los cerrados.
Oh rosa, rosa.
Oh rosa. Y blanco.
Allí brillabas con tu saliva, con tu sonrisa.
En tus labios.
Los cerrados y los abiertos.
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Y las cosas.
Y sus tiempos.
Y la mosca.
Y la boca.
Y el ojo.
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En la vida me había cruzado, topado, encontrado, con gente maravillosa.
Por algún motivo.
Todas aquellas personas tenían algo maravilloso en su interior.
Algunas más, otras menos.
Cada una depositaba algo en algún sitio por alguna voluntad.
Con mayor o menor énfasis.
¿Dónde estaba la cadena?
...
De aquellos sentimientos.
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Mientras tanto allí seguía el mundo debatiéndose en sus cosas.
Unos en unas, otros en otras.
Básicamente se debatía entre la vida y la muerte.
Vean ustedes.
Entre no cortar el árbol y dejarlo vivir
o cortarlo.
O ponerlo incluso así o asá.
A la vida.
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El monstruo se echó las cadenas al hombro y se retiró a la sombra.
Y allí se quedó.