Toda mi vida viendo y siendo testigo de la ruina del mundo.
Allí seguía viéndola.
Tenían suficientes argumentos para cambiar eso y seguían empeñados en la toda su propia ruina.
Les gustaba caminar entre mierda. Vivir entre ella. Entre orines y olores nefastos.
Les encantaba.
Los recogían con sus manos.
Las heces de sus perros. De sus animales con collares y cadenas.
Se sentían machos y contentos con sus animales. Con sus erróneas posesiones. Todos.
Seguíamos allí oliendo los orines de los animales con collares.
Habían cogido al ser alado y lo habían encarcelado.
Entre dos palmos de rejas finas para contemplarlo.
Al ser libre.
Ignorantes.
Querían su canto.
Y sólo tenían sus gritos.
Salvajes. Asesinos.
Parecía que decían allí, detrás de sus barrotes finos.
Seguían enseñando el error. A sabiendas. Bañados en todas sus heces y mierdas.
Sus apestosos orines de sus erróneos hábitos. Sabiéndolo.
Allí seguían.
Y yo con ellos viéndolo.
No les interesaba el intento. Ni la prueba. No sé a qué jugaban. Entre sus risas.
Gracia les hacía. O así parecía.
El dolor. Y el hedor.
Les llenaba la sonrisa.
Triste ser.
Otra vez, otra vez. Vamos a ver nuestra mierda otra vez. Nuestras heces y orines. Vivamos entre ellas. Así, felices.
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Las mentiras.