Quería romper las vallas y salir como loco galopando.
Estaba allí y allá, siempre pensando.
Enmudecido.
Desconsolado.
Quería hablarte y no podía.
Con el bozal puesto.
Avergonzado por querer hablarte.
Me sentó muy mal lo de la censura. Pensaba que eso ya no existía más allá de la simple cortesía.
Pero la sin razón o que se yo seguía imperando en el mercado.
Quería hablarte padre. Padre.
Quería abrazarte una vez más.
Tú sabías mi condición humana. Mi triste condición humana del cansarse en el amarse.
Del cansarse incluso en el gozo.
De mi triste sol y mi triste luna.
De mi sí y mi no.
Allí estaba el estar. Alejado del ser.
El valor del estar. Mucho más allá del ser.
Era difícil valorar al estar. El estar. El Estar, más allá del Ser.
¿Valía más el Estar que el Ser?
El estar parecía la solución al ser y no ser. Al sí y al no.
Parecía a veces que el simple estar era mayor que el ser.
El ser era y no era pero el estar estaba.
El estar siempre estaba.
El estar era la roca. Era la cosa. Era la piedra y el muro y el árbol.
El estar siempre estaba.
Gracias Padre siempre por el estar. Por el siempre Estar.
El estar que me diste y me regalaste. El que me mostraste.
Triste condición del Ser y No Ser.
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Camuflado en el olvido.
Aquel árbol.
Aquel gigantesco Árbol.
El sempiterno.
El estar del ser y no ser.
La madre del padre.
El estar del ser.
El espíritu del ser.
El espíritu del Padre.
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A unos les parecía poco el sol y la luna. Opinaban sobre la existencia de lo divino.
Sobre la existencia del estar y del ser.
Entonces les parecía poco el infinito.
Pues creían que el infinito y lo gigantescamente colosal empequeñecía o anulaba al espíritu.
Al estar del ser.
Tampoco entendían el punto.
Punto.
Todo era un dudar y un negar.
Sin ver ni pensar. Viendo y pensando.
Estando.
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Tenía que diferenciar lo mío de lo no mío.
